Vanka Anton Chejov | |
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martes, 6 de marzo de 2012
El collar
[Cuento. Texto completo]
Guy de Maupassant
Era una de esas hermosas y encantadoras criaturas nacidas como por un error del destino en una familia de empleados. Carecía de dote, y no tenía esperanzas de cambiar de posición; no disponía de ningún medio para ser conocida, comprendida, querida, para encontrar un esposo rico y distinguido; y aceptó entonces casarse con un modesto empleado del Ministerio de Instrucción Pública. No pudiendo adornarse, fue sencilla, pero desgraciada, como una mujer obligada por la suerte a vivir en una esfera inferior a la que le corresponde; porque las mujeres no tienen casta ni raza, pues su belleza, su atractivo y su encanto les sirven de ejecutoria y de familia. Su nativa firmeza, su instinto de elegancia y su flexibilidad de espíritu son para ellas la única jerarquía, que iguala a las hijas del pueblo con las más grandes señoras. Sufría constantemente, sintiéndose nacida para todas las delicadezas y todos los lujos. Sufría contemplando la pobreza de su hogar, la miseria de las paredes, sus estropeadas sillas, su fea indumentaria. Todas estas cosas, en las cuales ni siquiera habría reparado ninguna otra mujer de su casa, la torturaban y la llenaban de indignación. La vista de la muchacha bretona que les servía de criada despertaba en ella pesares desolados y delirantes ensueños. Pensaba en las antecámaras mudas, guarnecidas de tapices orientales, alumbradas por altas lámparas de bronce y en los dos pulcros lacayos de calzón corto, dormidos en anchos sillones, amodorrados por el intenso calor de la estufa. Pensaba en los grandes salones colgados de sedas antiguas, en los finos muebles repletos de figurillas inestimables y en los saloncillos coquetones, perfumados, dispuestos para hablar cinco horas con los amigos más íntimos, los hombres famosos y agasajados, cuyas atenciones ambicionan todas las mujeres. Cuando, a las horas de comer, se sentaba delante de una mesa redonda, cubierta por un mantel de tres días, frente a su esposo, que destapaba la sopera, diciendo con aire de satisfacción: "¡Ah! ¡Qué buen caldo! ¡No hay nada para mí tan excelente como esto!", pensaba en las comidas delicadas, en los servicios de plata resplandecientes, en los tapices que cubren las paredes con personajes antiguos y aves extrañas dentro de un bosque fantástico; pensaba en los exquisitos y selectos manjares, ofrecidos en fuentes maravillosas; en las galanterías murmuradas y escuchadas con sonrisa de esfinge, al tiempo que se paladea la sonrosada carne de una trucha o un alón de faisán. No poseía galas femeninas, ni una joya; nada absolutamente y sólo aquello de que carecía le gustaba; no se sentía formada sino para aquellos goces imposibles. ¡Cuánto habría dado por agradar, ser envidiada, ser atractiva y asediada! Tenía una amiga rica, una compañera de colegio a la cual no quería ir a ver con frecuencia, porque sufría más al regresar a su casa. Días y días pasaba después llorando de pena, de pesar, de desesperación. Una mañana el marido volvió a su casa con expresión triunfante y agitando en la mano un ancho sobre. -Mira, mujer -dijo-, aquí tienes una cosa para ti. Ella rompió vivamente la envoltura y sacó un pliego impreso que decía: "El ministro de Instrucción Pública y señora ruegan al señor y la señora de Loisel les hagan el honor de pasar la velada del lunes 18 de enero en el hotel del Ministerio." En lugar de enloquecer de alegría, como pensaba su esposo, tiró la invitación sobre la mesa, murmurando con desprecio: -¿Qué haré yo con eso? -Creí, mujercita mía, que con ello te procuraba una gran satisfacción. ¡Sales tan poco, y es tan oportuna la ocasión que hoy se te presenta!... Te advierto que me ha costado bastante trabajo obtener esa invitación. Todos las buscan, las persiguen; son muy solicitadas y se reparten pocas entre los empleados. Verás allí a todo el mundo oficial. Clavando en su esposo una mirada llena de angustia, le dijo con impaciencia: -¿Qué quieres que me ponga para ir allá? No se había preocupado él de semejante cosa, y balbució: -Pues el traje que llevas cuando vamos al teatro. Me parece muy bonito... Se calló, estupefacto, atontado, viendo que su mujer lloraba. Dos gruesas lágrimas se desprendían de sus ojos, lentamente, para rodar por sus mejillas. El hombre murmuró: -¿Qué te sucede? Pero ¿qué te sucede? Mas ella, valientemente, haciendo un esfuerzo, había vencido su pena y respondió con tranquila voz, enjugando sus húmedas mejillas: -Nada; que no tengo vestido para ir a esa fiesta. Da la invitación a cualquier colega cuya mujer se encuentre mejor provista de ropa que yo. Él estaba desolado, y dijo: -Vamos a ver, Matilde. ¿Cuánto te costaría un traje decente, que pudiera servirte en otras ocasiones, un traje sencillito? Ella meditó unos segundos, haciendo sus cuentas y pensando asimismo en la suma que podía pedir sin provocar una negativa rotunda y una exclamación de asombro del empleadillo. Respondió, al fin, titubeando: -No lo sé con seguridad, pero creo que con cuatrocientos francos me arreglaría. El marido palideció, pues reservaba precisamente esta cantidad para comprar una escopeta, pensando ir de caza en verano, a la llanura de Nanterre, con algunos amigos que salían a tirar a las alondras los domingos. Dijo, no obstante: -Bien. Te doy los cuatrocientos francos. Pero trata de que tu vestido luzca lo más posible, ya que hacemos el sacrificio. El día de la fiesta se acercaba y la señora de Loisel parecía triste, inquieta, ansiosa. Sin embargo, el vestido estuvo hecho a tiempo. Su esposo le dijo una noche: -¿Qué te pasa? Te veo inquieta y pensativa desde hace tres días. Y ella respondió: -Me disgusta no tener ni una alhaja, ni una sola joya que ponerme. Pareceré, de todos modos, una miserable. Casi, casi me gustaría más no ir a ese baile. -Ponte unas cuantas flores naturales -replicó él-. Eso es muy elegante, sobre todo en este tiempo, y por diez francos encontrarás dos o tres rosas magníficas. Ella no quería convencerse. -No hay nada tan humillante como parecer una pobre en medio de mujeres ricas. Pero su marido exclamó: -¡Qué tonta eres! Anda a ver a tu compañera de colegio, la señora de Forestier, y ruégale que te preste unas alhajas. Eres bastante amiga suya para tomarte esa libertad. La mujer dejó escapar un grito de alegría. -Tienes razón, no había pensado en ello. Al siguiente día fue a casa de su amiga y le contó su apuro. La señora de Forestier fue a un armario de espejo, cogió un cofrecillo, lo sacó, lo abrió y dijo a la señora de Loisel: -Escoge, querida. Primero vio brazaletes; luego, un collar de perlas; luego, una cruz veneciana de oro, y pedrería primorosamente construida. Se probaba aquellas joyas ante el espejo, vacilando, no pudiendo decidirse a abandonarlas, a devolverlas. Preguntaba sin cesar: -¿No tienes ninguna otra? -Sí, mujer. Dime qué quieres. No sé lo que a ti te agradaría. De repente descubrió, en una caja de raso negro, un soberbio collar de brillantes, y su corazón empezó a latir de un modo inmoderado. Sus manos temblaron al tomarlo. Se lo puso, rodeando con él su cuello, y permaneció en éxtasis contemplando su imagen. Luego preguntó, vacilante, llena de angustia: -¿Quieres prestármelo? No quisiera llevar otra joya. -Sí, mujer. Abrazó y besó a su amiga con entusiasmo, y luego escapó con su tesoro. Llegó el día de la fiesta. La señora de Loisel tuvo un verdadero triunfo. Era más bonita que las otras y estaba elegante, graciosa, sonriente y loca de alegría. Todos los hombres la miraban, preguntaban su nombre, trataban de serle presentados. Todos los directores generales querían bailar con ella. El ministro reparó en su hermosura. Ella bailaba con embriaguez, con pasión, inundada de alegría, no pensando ya en nada más que en el triunfo de su belleza, en la gloria de aquel triunfo, en una especie de dicha formada por todos los homenajes que recibía, por todas las admiraciones, por todos los deseos despertados, por una victoria tan completa y tan dulce para un alma de mujer. Se fue hacia las cuatro de la madrugada. Su marido, desde medianoche, dormía en un saloncito vacío, junto con otros tres caballeros cuyas mujeres se divertían mucho. Él le echó sobre los hombros el abrigo que había llevado para la salida, modesto abrigo de su vestir ordinario, cuya pobreza contrastaba extrañamente con la elegancia del traje de baile. Ella lo sintió y quiso huir, para no ser vista por las otras mujeres que se envolvían en ricas pieles. Loisel la retuvo diciendo: -Espera, mujer, vas a resfriarte a la salida. Iré a buscar un coche. Pero ella no le oía, y bajó rápidamente la escalera. Cuando estuvieron en la calle no encontraron coche, y se pusieron a buscar, dando voces a los cocheros que veían pasar a lo lejos. Anduvieron hacia el Sena desesperados, tiritando. Por fin pudieron hallar una de esas vetustas berlinas que sólo aparecen en las calles de París cuando la noche cierra, cual si les avergonzase su miseria durante el día. Los llevó hasta la puerta de su casa, situada en la calle de los Mártires, y entraron tristemente en el portal. Pensaba, el hombre, apesadumbrado, en que a las diez había de ir a la oficina. La mujer se quitó el abrigo que llevaba echado sobre los hombros, delante del espejo, a fin de contemplarse aún una vez más ricamente alhajada. Pero de repente dejó escapar un grito. Su esposo, ya medio desnudo, le preguntó: -¿Qué tienes? Ella se volvió hacia él, acongojada. -Tengo..., tengo... -balbució - que no encuentro el collar de la señora de Forestier. Él se irguió, sobrecogido: -¿Eh?... ¿cómo? ¡No es posible! Y buscaron entre los adornos del traje, en los pliegues del abrigo, en los bolsillos, en todas partes. No lo encontraron. Él preguntaba: -¿Estás segura de que lo llevabas al salir del baile? -Sí, lo toqué al cruzar el vestíbulo del Ministerio. -Pero si lo hubieras perdido en la calle, lo habríamos oído caer. -Debe estar en el coche. -Sí. Es probable. ¿Te fijaste qué número tenía? -No. Y tú, ¿no lo miraste? -No. Se contemplaron aterrados. Loisel se vistió por fin. -Voy -dijo- a recorrer a pie todo el camino que hemos hecho, a ver si por casualidad lo encuentro. Y salió. Ella permaneció en traje de baile, sin fuerzas para irse a la cama, desplomada en una silla, sin lumbre, casi helada, sin ideas, casi estúpida. Su marido volvió hacia las siete. No había encontrado nada. Fue a la Prefectura de Policía, a las redacciones de los periódicos, para publicar un anuncio ofreciendo una gratificación por el hallazgo; fue a las oficinas de las empresas de coches, a todas partes donde podía ofrecérsele alguna esperanza. Ella le aguardó todo el día, con el mismo abatimiento desesperado ante aquel horrible desastre. Loisel regresó por la noche con el rostro demacrado, pálido; no había podido averiguar nada. -Es menester -dijo- que escribas a tu amiga enterándola de que has roto el broche de su collar y que lo has dado a componer. Así ganaremos tiempo. Ella escribió lo que su marido le decía. Al cabo de una semana perdieron hasta la última esperanza. Y Loisel, envejecido por aquel desastre, como si de pronto le hubieran echado encima cinco años, manifestó: -Es necesario hacer lo posible por reemplazar esa alhaja por otra semejante. Al día siguiente llevaron el estuche del collar a casa del joyero cuyo nombre se leía en su interior. El comerciante, después de consultar sus libros, respondió: -Señora, no salió de mi casa collar alguno en este estuche, que vendí vacío para complacer a un cliente. Anduvieron de joyería en joyería, buscando una alhaja semejante a la perdida, recordándola, describiéndola, tristes y angustiosos. Encontraron, en una tienda del Palais Royal, un collar de brillantes que les pareció idéntico al que buscaban. Valía cuarenta mil francos, y regateándolo consiguieron que se lo dejaran en treinta y seis mil. Rogaron al joyero que se los reservase por tres días, poniendo por condición que les daría por él treinta y cuatro mil francos si se lo devolvían, porque el otro se encontrara antes de fines de febrero. Loisel poseía dieciocho mil que le había dejado su padre. Pediría prestado el resto. Y, efectivamente, tomó mil francos de uno, quinientos de otro, cinco luises aquí, tres allá. Hizo pagarés, adquirió compromisos ruinosos, tuvo tratos con usureros, con toda clase de prestamistas. Se comprometió para toda la vida, firmó sin saber lo que firmaba, sin detenerse a pensar, y, espantado por las angustias del porvenir, por la horrible miseria que los aguardaba, por la perspectiva de todas las privaciones físicas y de todas las torturas morales, fue en busca del collar nuevo, dejando sobre el mostrador del comerciante treinta y seis mil francos. Cuando la señora de Loisel devolvió la joya a su amiga, ésta le dijo un tanto displicente: -Debiste devolvérmelo antes, porque bien pude yo haberlo necesitado. No abrió siquiera el estuche, y eso lo juzgó la otra una suerte. Si notara la sustitución, ¿qué supondría? ¿No era posible que imaginara que lo habían cambiado de intento? La señora de Loisel conoció la vida horrible de los menesterosos. Tuvo energía para adoptar una resolución inmediata y heroica. Era necesario devolver aquel dinero que debían... Despidieron a la criada, buscaron una habitación más económica, una buhardilla. Conoció los duros trabajos de la casa, las odiosas tareas de la cocina. Fregó los platos, desgastando sus uñitas sonrosadas sobre los pucheros grasientos y en el fondo de las cacerolas. Enjabonó la ropa sucia, las camisas y los paños, que ponía a secar en una cuerda; bajó a la calle todas las mañanas la basura y subió el agua, deteniéndose en todos los pisos para tomar aliento. Y, vestida como una pobre mujer de humilde condición, fue a casa del verdulero, del tendero de comestibles y del carnicero, con la cesta al brazo, regateando, teniendo que sufrir desprecios y hasta insultos, porque defendía céntimo a céntimo su dinero escasísimo. Era necesario mensualmente recoger unos pagarés, renovar otros, ganar tiempo. El marido se ocupaba por las noches en poner en limpio las cuentas de un comerciante, y a veces escribía a veinticinco céntimos la hoja. Y vivieron así diez años. Al cabo de dicho tiempo lo habían ya pagado todo, todo, capital e intereses, multiplicados por las renovaciones usurarias. La señora Loisel parecía entonces una vieja. Se había transformado en la mujer fuerte, dura y ruda de las familias pobres. Mal peinada, con las faldas torcidas y rojas las manos, hablaba en voz alta, fregaba los suelos con agua fría. Pero a veces, cuando su marido estaba en el Ministerio, se sentaba junto a la ventana, pensando en aquella fiesta de otro tiempo, en aquel baile donde lució tanto y donde fue tan festejada. ¿Cuál sería su fortuna, su estado al presente, si no hubiera perdido el collar? ¡Quién sabe! ¡Quién sabe! ¡Qué mudanzas tan singulares ofrece la vida! ¡Qué poco hace falta para perderse o para salvarse! Un domingo, habiendo ido a dar un paseo por los Campos Elíseos para descansar de las fatigas de la semana, reparó de pronto en una señora que pasaba con un niño cogido de la mano. Era su antigua compañera de colegio, siempre joven, hermosa siempre y siempre seductora. La de Loisel sintió un escalofrío. ¿Se decidiría a detenerla y saludarla? ¿Por qué no? Habíéndolo pagado ya todo, podía confesar, casi con orgullo, su desdicha. Se puso frente a ella y dijo: -Buenos días, Juana. La otra no la reconoció, admirándose de verse tan familiarmente tratada por aquella infeliz. Balbució: -Pero..., ¡señora!.., no sé. .. Usted debe de confundirse... -No. Soy Matilde Loisel. Su amiga lanzó un grito de sorpresa. -¡Oh! ¡Mi pobre Matilde, qué cambiada estás! ... -¡Sí; muy malos días he pasado desde que no te veo, y además bastantes miserias.... todo por ti... -¿Por mí? ¿Cómo es eso? -¿Recuerdas aquel collar de brillantes que me prestaste para ir al baile del Ministerio? -¡Sí, pero... -Pues bien: lo perdí... -¡Cómo! ¡Si me lo devolviste! -Te devolví otro semejante. Y hemos tenido que sacrificarnos diez años para pagarlo. Comprenderás que representaba una fortuna para nosotros, que sólo teníamos el sueldo. En fin, a lo hecho pecho, y estoy muy satisfecha. La señora de Forestier se había detenido. -¿Dices que compraste un collar de brillantes para sustituir al mío? -Sí. No lo habrás notado, ¿eh? Casi eran idénticos. Y al decir esto, sonreía orgullosa de su noble sencillez. La señora de Forestier, sumamente impresionada, le cogió ambas manos: -¡Oh! ¡Mi pobre Matilde! ¡Pero si el collar que yo te presté era de piedras falsas!... ¡Valía quinientos francos a lo sumo!... FIN |
El corazón delator Edgar Allan Poe | |
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jueves, 1 de marzo de 2012
Madame Bovary. Cuestiones del comentario
2.1. Expón el contenido del fragmento y relaciónalo con la totalidad de la obra (2 puntos)
(Aquí debéis hacer el resumen del fragmento que se os ponga)
Flaubert trabajó cinco años en Madame Bovary. La obra se basa en un hecho real aparecido en los periódicos. Formada por treinta y cinco capítulos, esta novela se presenta como una sucesión de cuadros que describen los momentos de una vida. Más que una narración lineal que expone el aumento de una tensión hasta el desenlace, los capítulos se presentan como unidades enteras vinculadas sutilmente entre ellas.
Emma Bovary es una joven casada con Charles Bovary, un médico mediocre instalado en una aldea de la región de Rouen. Emma se alimenta de lecturas románticas y muy pronto cae en el aburrimiento y un deseo irresistible de salir de la monotonía se apodera de ella. Entonces se busca amantes. Primero Leon y más tarde Rodolphe, un don Juan banal, hacia quien siente una pasión violenta y posesiva. Emma proyecta huir con él a Italia pero en el último momento él la abandona sumiéndola en una gran depresión.
Más tarde, recuperada de su abandono se reencuentra con Leon, Emma gasta una fortuna en regalos para él y para sí misma y acaba arruinándose. Al final, sola y completamente arruinada, se suicida con arsénico dejando a su marido sin comprender nada.
Como relato de un adulterio banal, Madame Bovary es la novela de la
insatisfacción, de la frustración nacida del deseo no realizado y del aburrimiento, faltos de una voluntad ordenadora, los personajes van hacia el caos, hacia la muerte. Flaubert, que concibe un relato fundado en la fatalidad de los hechos, trata al principio de explicarlo y dedica a la preparación psicológica una parte importante de la novela. El ambiente en el que vive Emma es mediocre y no puede surgir ninguna esperanza de él, sólo el fracaso. Sus sueños siempre chocan con la realidad, Emma siente nostalgia de un mundo que no ha conocido nunca pero que se ha imaginado a través de sus lecturas. En un mundo como este, hay dos actitudes: vivir la mediocridad (Charles) o asumirla con éxito (el farmacéutico). Emma no consigue asumir ninguna y sólo encuentra alternativa en la muerte.
La novela se divide en tres partes:
La primera consta de nueve capítulos y está dedicada enteramente al estudio psicológico de Emma y las decepciones de su vida conyugal. Aquí la narración transcurre en un ritmo lento.
La segunda parte, de quince capítulos, trata de la evolución psicológica que sufre Emma al conocer a su primer amante, y sigue al mismo ritmo, que amenazaba romperse con los proyectos de fuga de los amantes, pero que se restablece con su fracaso y la subsiguiente enfermedad de Emma.
En la tercera parte, de extensión análoga a la primera, se narran las relaciones que la protagonista emprende con su nuevo amante, León, una verdadera luna de miel. El autor dedica cinco capítulos a un nuevo estudio psicológico de Emma, apenas sin acción, que transcurre al mismo tiempo lento que la primera parte, pero es ya al final de la novela. Es en los seis últimos capítulos, cuando la acción se precipita hacia su desenlace con la decepción de la protagonista, su fracaso económico, su envenenamiento y, por último el final de Charles. El ritmo lento se convierte en allegro.
Además de los temas arriba tratados, la obra aborda otros de no menor importancia:
La infidelidad de Emma, que no encuentra en su matrimonio lo que busca, y el remordimiento, la culpa y la frustración que siente Emma por serle infiel a su esposo.
La ambición de poder y fama: durante la novela existen muchos personajes que sueñan y tienen como objetivo de existencia en convertirse en alguien importante y con mucho dinero. Esta clase de personas, que pertenecen a la burguesía de la época, luchan incansablemente por este anhelo. Es tal su obsesión que no les importa las consecuencias y daños que pueden producir al conseguir su objetivo, cometiendo así actos de gran frialdad.
Uno de los personajes que reencarna esta ambición es Emma, quien lo único que desea es ser millonaria. Ella desea que Charles se haga un médico famoso no por que quiere a Charles, sino que porque ella quiere ser reconocida en toda Francia. Para ello ella utiliza a Hyppolyte, sin importarle lo que pueda pasarle a éste. Ese deseo por el dinero se refleja al morirse el padre de Charles, en donde Emma no se interesa por la triste situación, sino que sólo le preocupa la herencia que éste le pueda dejar a Charles. Ella anhela una vida junto a las personas más relevantes y famosas de Francia, lo que queda demostrado al maravillarse con las personas que fueron al castillo de Vaubyessard. Por último, la causa de su muerte es la consecuencia de estar en una situación económica muy delicada. Ella, al ver que no encuentra una solución para evitar un juicio por endeudamiento termina por quitarse la vida, evidenciando así que su vida giraba en torno a ser rica e importante.
Lleureux, el comerciante, también retrata a la ambición por el poder lucrativo. En su afán de obtener dinero, comienza a ofrecer productos para venderlos de cualquier manera. Se aprovechaba de su astucia para ofrecer facilidades de pago, haciendo que se le pagara en cuotas, para que el cliente pudiera adquirir el bien. De esta manera él produjo que sus clientes, como Emma, se fueran endeudando cada vez más con él, teniendo que pagarles intereses a éste. Todo este plan lo hizo con el fin de extraer la mayor cantidad de dinero posible a sus clientes, sin importarle mayormente el fin de éstos, los cuales pueden terminar en la cárcel. Esto, sin duda representa a un personaje despreciable y maquiavélico, ya que no le importan los medios sino que el fin para llegar a ser millonario.
Flaubert despreciaba profundamente su época. Y no sólo por un sentimiento de repulsión personal o de resentimiento. Su odio se dirigía contra la tontería reinante, la trivialización general de la vida en la Francia de la segunda mitad del siglo XIX. Y sobre todo, por la muerte progresiva del Romanticismo, superada en ese momento por el auge del capitalismo, es decir, el triunfo de la vida material sobre la espiritual.
Madame Bovary es un vehículo para expresar ese disgusto. En la obra hay varios estúpidos. Charles, el primero. Ingenuo, con esa ingenuidad que no parte del conocimiento sino de la ignorancia y la falta de sensibilidad. Homais, que es un profesional de la imbecilidad, todo lo que hace y dice el farmaceuta es a favor de la tontería. Pero es una estupidez social aceptada, y claro reconocida.
Estúpido es Lhereux, el comerciante. Las señoras Tuvache y Lefrançois, no menos chismosas y fieles. Y por supuesto, estúpida también es Emma, quien confundió la realidad con sus sueños y por eso le fueron cortadas, salvajemente, las alas. Estúpida era la realidad francesa de 1830 a 1880. La nación que había enseñado al mundo el lema de "Libertad, igualdad, fraternidad", también podía ser la más frívola y egoísta.
Por último, mediante el personaje de madame Bovary, Flaubert rompe todas las convenciones morales y literarias de la burguesía del siglo XIX, quizá porque anteriormente nadie se había atrevido a presentar un prototipo de heroína de ficción rebelde y tan poco resignada al destino.
2.3: Comente la producción literaria del autor con especial atención a la obra seleccionada (2 puntos)
Novelista francés encuadrado dentro de Realismo, alabado por su objetividad y la esmerada perfección de su estilo, cualidades ambas que se pueden encontrar en Madame Bovary, su trabajo más representativo. Flaubert, hijo de un médico, nació en Ruán, Normandía, el 12 de diciembre de 1821. Estudió derecho en París durante un corto periodo de tiempo pero su frágil salud le obligó a abandonarlo.
Fue entonces cuando decidió dedicarse a escribir. Entre 1849 y 1851 viajó, en compañía de un amigo, por Grecia y Oriente Próximo, una experiencia que le inspiró los escenarios exóticos de dos de sus novelas. Afectado por un desorden de tipo nervioso, transcurrió la mayor parte de su vida de forma tranquila, junto a su familia en Croisset, un lugar de campo cerca de Ruán, donde recibía frecuentes visitas de otros notables escritores. Allí murió el 8 de mayo de 1880.
La primera novela de Flaubert, y la más leída también, Madame Bovary, publicada por primera vez en 1857 en la Revue de Paris, hubo de enfrentarse muy pronto a un importante proceso legal. Tanto el autor como el editor fueron acusados por la inmoralidad de la novela. A pesar de haber sido absueltos, el escándalo empañó el lanzamiento del libro, y no fue hasta más tarde cuando fue reconocida como una de las obras maestras de la literatura francesa.
Madame Bovary, subtitulada Costumbres provincianas, es, en apariencia, una convencional historia de adulterio, pero logra convertirse en un profundo análisis de la humanidad y, en concreto, un ataque a la monotonía y a las desilusiones de la vida burguesa. Emma Bovary, con la imaginación repleta de románticas ilusiones sobre el amor y la pasión, se topa con la realidad de un insípido matrimonio que la ahoga, y busca las sensaciones sobre las que ha leído en los libros, a través de una serie de aventuras amorosas, que ella desea ver como grandes pasiones, pero que no son en realidad más interesantes que su vida matrimonial. En un ataque de desesperación, se quita la vida.
Flaubert refleja con gran acierto la tragedia de este personaje, y Madame Bovary ha resultado ser una obra de referencia constante, hasta el punto de estar considerada como una obra maestra del Realismo. Forma y fondo se entrelazan en la obra, en un todo que funde la belleza literaria con la más universal y eterna de las pasiones del ser humano: el amor. Y es que Flaubert lo trata desde todos los puntos de vista desde los que puede ser sentido, sin someterlo en ninguna de sus vertientes a juicio moral alguno. El amor puede ser platónico e ideal, apasionado, despreciado, prostituido, correspondido y traicionado; puede proporcionar alegrías infinitas y hacer sufrir a quien lo siente; puede dar y quitar motivos por los que merezca la pena vivir; puede, en fin, salvar nuestra existencia, o corromper nuestras almas y destruirnos como personas.
Todas estas maneras de amar las experimenta Emma, la protagonista, heroína trágica a quien le toca vivir un mundo para el cual no ha nacido. El papel que la vida le reserva como pequeña burguesa de provincias en la Francia de la primera mitad del siglo diecinueve le queda muy pequeño a su espíritu, ansioso tanto de los excesos románticos que halla en las novelas como de los nuevos horizontes que había abierto el Imperio napoleónico, y que acaba de clausurar la Santa Alianza con la restauración monárquica. Anhela la vida desenfrenada de París, la belleza de Italia y la pasión de un hombre que esté por encima de los demás. Su corazón se exalta hasta el punto de rebelarse contra su vida anodina en un pueblecito de Normandía, a rechazar la mediocridad de su esposo y a saltarse las imprescindibles conveniencias sociales de su época. ¿Es Madame Bovary egoísta? Sin duda. ¿Es culpable, por ello? Difícil condenarla. ¿No buscamos acaso todos, incluso los más desinteresados, nuestra propia felicidad?
Mario Vargas Llosa, en su obra La orgía perpetua, hace un profundo análisis de Madame Bovary y destaca las relaciones de esta obra con el Quijote de Cervantes. Las afinidades entre ambas novelas no se limitan a la condición de los protagonistas, cuyo drama no consiste tanto en ser incapaces de percibir la realidad con exactitud en confundir sus deseos, fruto de las lecturas, con la vida objetiva, sino en intentar llevar a cabo esos sueños: en esto radica su locura y su grandeza.
En Madame Bovary se produce la misma mezcla de ilusión y realidad: es tan importante lo que sucede objetivamente como lo que pasa en la imaginación de Emma, igual que en la historia de Alonso Quijano.
Madame Bovary comparte además con muchas novelas de su época el tema del adulterio, el conflicto de la mujer asfixiada en una institución típicamente burguesa como el matrimonio que se ve arrastrada a aventuras amorosas extraconyugales con un final siempre trágico. El primo Basilio, del portugués Eça de Queiroz, La Regenta de Clarín, o Ana Karenina del ruso Lev Tolstoi, son ejemplos de esta narrativa.
La novela de Flaubert fue llevada al cine por diferentes directores (Jean Renoir, Vincent Minnelli, Claude Chabrol y más recientemente Tim Fywell ) que plasmaron en la pantalla la tragedia de esta heroína. Todavía hoy se emplea el término bovarismo para referirse a aquel cambio del prototipo de mujer idealizada que difundió el Romanticismo, negándole su derecho a la pasión.
Otras novelas también importantes de Flaubert son Salambó (1863) y La tentación de San Antonio (1874). La primera de ellas es una narración histórica ambientada en la antigua Cartago; la segunda está basada en la leyenda de las tentaciones a las que se tuvo que enfrentar el fundador de las comunidades religiosas cristianas, san Antonio, en la soledad del desierto.
Aunque estas dos novelas son consideradas en general más cercanas al romanticismo que Madame Bovary, casi todas las obras de Flaubert combinan elementos tanto románticos como naturalistas. En sus cartas, publicadas póstumamente, Correspondance (4 volúmenes, 1887-1893), Flaubert calificó su trabajo de "agonías del arte". El infinito cuidado que ponía en conseguir una gran precisión en los detalles y en el lenguaje se ha hecho legendario. La devoción de Flaubert hacia el arte no podría haber sido puesta de manifiesto de otro modo mejor que en la perfección que se exigía a sí mismo.
Entre las demás obras de Flaubert cabe destacar la novela La educación sentimental (1869), tres narraciones cortas publicadas con el título de Tres cuentos (1877), y dos trabajos editados póstumamente, la inacabada novela Bouvard y Pécuchet (1881) y Diccionario de lugares comunes (1913).
2.4. Sitúe al autor en su contexto histórico-literario (puntuación máxima: 1 punto).
El Realismo, que se desarrolla en Europa en la segunda mitad del siglo XIX, especialmente en Francia e Inglaterra, coincide cronológicamente con el incremento de la población urbana a causa de la industrialización, con la eclosión del proletariado, y sobre todo con el apogeo de la burguesía como clase dominante. El aumento de poder de las clases medias, que habría empezado con la Revolución Francesa del 1789, se percibe en Francia con los gobiernos de Luis Felipe y Napoleón III.
Madame Bovary se centra en la burguesía del siglo XIX, época en la cual transcurre la novela. El siglo XIX recibe una clara herencia de la centuria anterior, el siglo de las luces, caracterizado por el triunfo de la razón, y esto se refleja en la obra en el laicismo que exponen algunos de sus personajes. En el transcurso del libro se nombra a Voltaire que era muy apreciado por ser uno de los principales representantes del movimiento ilustrado, y un crítico feroz de la religión y el clero, aunque profesando su creencia en Dios.
Asimismo, Flaubert intenta reflejar el aburrimiento y la monotonía burguesa a través del tema principal de la novela, el adulterio, y la forma de pensar de la época.
La redacción de Madame Bovary ocupa a nuestro escritor los años 1851 a 1856, es decir, los posteriores a la revolución del 48; aproximadamente empieza el año de la caída de la II República y de la proclamación del II Imperio. Tras la publicación de su obra en 1857, Flaubert aún habría de asistir al final de la etapa imperial en 1870, a la comuna del 71 y a la República, constituida en este mismo año y que sobrevivirá al novelista más de sesenta años.
Desde el punto de vista de su contexto literario, Madame Bovary es un claro ejemplo de realismo francés de mediados del XIX. Para el autor fue el punto de inflexión clave en su carrera literaria.El realismo de Flaubert no busca por sí misma la precisión histórica -que la tiene- sino, ante todo, la belleza. Está más próximo al Rojo y Negro de Stendhal (punto intermedio entre el Romanticismo y el Realismo) que al naturalismo empeñado en el rigor del dato histórico. Flaubert escribe con un estilo exquisito que, a pesar de que no lo hace inmune a las traducciones, sí facilita su excelente consideración fuera del original francés.
Al parecer para idear el argumento de la novela Flaubert se basó en un caso muy conocido por aquellos tiempos en Ruan, su ciudad natal, un caso que tenía como protagonista a un médico, Delamare, que después de enviudar se casó con la hija de unos ricos granjeros, Delphine Couturier. Con ella tuvo una hija, pero el matrimonio fue un continuo motivo de escándalo por las aventuras amorosas y la vida de lujo de la mujer, que falleció en 1848.
Además, como es norma en la novela realista, Flaubert se documentó para describir ambientes y situaciones por las que atraviesas los personajes, especialmente en lo referente a temas médicos y legales.
Quizás esto que os señalo aquí os sirva para el apartado del estudio de los aspectos formales (punto 2.2)
Los narradores de la obra
En Madame Bovary son varios los narradores y se relevan de un modo tan hábil que el lector apenas se da cuenta del cambio de perspectiva.
La novela se inicia con la llegada de Charles Bovary al colegio, la escena está contada en primera persona del plural como si fueran varios los narradores que actúan como testigos del acontecimiento y este “nosotros” se repite varia veces en el capítulo. (este narrador es, sin duda el autor que nos relata sus recuerdos de la escuela).
Por otra parte existe el principal responsable del relato, el narrador omnisciente, que describe tanto la realidad exterior como la psicología de los personajes y está dotado de ubicuidad, omnisciencia y omnipotencia. Este se presenta de dos maneras:
- como relator invisible que se limita a informar sin juzgar y que da la impresión de que no existe.
- como narrador filosófico que ocupa el primer plano del relato y sentencia o saca conclusiones de algún hecho narrado. Estas intervenciones son poco frecuentes.
Pero además de éstos hay otros narradores extraordinarios que en los monólogos reemplazan al narrador omnisciente.
Estos narradores son manejados por su autor con una maestría tal que le permiten variar las perspectivas del relato dotándoles de una gran movilidad en el espacio y en el tiempo para transmitirle mejor al lector lo que ocurre en la realidad ficticia.
La gran aportación técnica de Flaubert al arte de la narración es el estilo indirecto libre, técnica que consiste en que el narrador se acerca tanto al personaje que casi se confunde con él, de tal modo que el lector no percibe si es el narrador quien habla o el propio personaje el que monologa mentalmente.
Ej: “abandonó la música ¿para qué tocar? ¿quién la escucharía?”
El autor recurre a este procedimiento cuando quiere narrar la intimidad, estrechando más el contacto con el personaje, como si ambos se fundieran en la misma persona.
Flaubert no sólo era un maestro de la paráfrasis sino que, de hecho, investigaba con singular ímpetu la perfección descriptiva, se esforzaba por cincelar transcripciones por entero objetivas, casi científicas. Abundan los pasajes que son descritos como si se tratara de una cámara de cine que panea lentamente sobre la realidad revelando ciertos detalles mientras que oculta otros. La magnífica prosa de Flaubert nos envuelve de tal modo, que olvidamos por entero que es el propio autor quien nos está mostrando esa realidad al mismo tiempo que nos disimula otra. Los detalle descritos, las acciones realizadas, las conversaciones y los diálogos, la arquitectura, los bailes, la vestimenta y, en una palabra, el rico y complejo conjunto que constituye a la novela como un todo, le otorga una función significante y significativa a cada detalle. La trama está estructurada por sus detalles pero, simultáneamente, éstos la determinan.
Otro rasgo del estilo de Flaubert es la profusión de imágenes visuales y de adjetivos que expresan matices de color a lo largo de toda la novela, esto constituye una prueba de la preocupación de Flaubert por lo plástico: el retrato de Charles al llegar al colegio, la muchedumbre que acude a la feria de exposición….
Otras características del estilo en Madame Bovary son el afán por lo musical, la sonoridad, la precisión, la armonía y el ritmo de su prosa. Así, por ejemplo Emma se refugia en sus recuerdos de colegio como evasión de su estado de depresión y Flaubert utiliza un ritmo lento a su narración que contrasta vivamente con el ritmo rápido que utiliza cuando describe el estado de nerviosismo febril de Emma cuando se dispone a acudir a la cita con León.
Por último destacar que existe en la obra una necesidad de combinar la objetividad propia de las novelas realistas con la subjetividad necesaria e imposible de evitar. Las emociones y las ideas adquieren corporeidad lo mismo que los objetos parecen dotados de vida interior: por ejemplo la descripción de los invitados a la boda, donde los personajes parecen cosas mediante el artificio de estilo que consiste en presentar detalles de su fisonomía: orejas, mandíbulas, epidermis como piezas desgajadas de sus individuos. O, por el contrario, la famosa descripción de la gorra de Charles en la que el novelista acumula tal lujo de detalles que se nos presenta dotada de la elocuencia que le falta a su dueño, cuya personalidad intuimos a través de la información transmitida por la gorra.
Es lo que llaman los críticos la realidad transfigurada y es la característica más importante del estilo de Flaubert.
El narrador utiliza algunos, flash back, en donde generalmente los personajes recuerdan fugazmente etapas de su pasado. Esto ocurre con Emma cuando ella se ve en el convento o cuando se recordaba su vida en Los Bertaux. Hay también otros personajes como Chales quien recuerda, luego de que Emma muriese, momentos en la que compartía su existencia con ella. En conclusión, cabe decir que todos estos flash backs, son recuerdos de épocas felices de los personajes y que ahora lo recuerdan con el anhelo de volver a ella, ya que su existencia en el momento actual es desdichada.
Hay además hechos de la novela en donde se viaja al futuro, lo que se llama un flash foward. Esto ocurre al principio de la novela. El narrador comienza relatando la entrada de Charles al colegio, para luego volver al presente en la que empiezan a analizar la vida de los padres de Charles y la vida de éste desde que nace. También se presentan flash foward en la que los personajes sueñan algún anhelo determinado. Esto sucede cuando Charles comienza a pensar en el futuro de su hija.
Las afinidades entre Flaubert y Cervantes a menudo han intrigado a los lectores de Madame Bovary y Don Quijote. Sus héroes son víctimas de la literatura y de la imaginación.
Lo que consiguió Flaubert fue convertir al lenguaje en un objeto de sí mismo. En Madame Bovary, el lenguaje llama la atención sobre el propio lenguaje, constantemente el texto genera bucles de autorreferencia donde los significados traspasan los límites de la ficción para invadir la realidad, lo real se filtra en la ficción o, lo que resulta más conmovedor e inquietante, la ficción irrumpe en la imaginación de los personaje de ficción.
A 150 años de su publicación, el libro de Flaubert continúa ofreciendo deleites para su lectura, depara sorpresas, enriquece la reflexión sobre nuestro propio tiempo respecto a las oposiciones entre individuo y sociedad y, sobre todo, confirma que la literatura es un espacio infinito.