Os incluyo también algunas estrofas del poema “Adonais”(os recuerdo que pedisteis en clase que os leyera algunas estrofas) sin duda uno de los más bellos de la poesía europea, dedicado por Shelley a la muerte del igualmente extraordinario poeta romántico inglés, John Keats, fallecido en Roma en 1821, a los veinticuatro años, y, a decir de Shelley en la introducción a la edición londinense de su poema, a causa del dolor que le produjeron las mal intencionadas críticas vertidas en Inglaterra sobre su poema “Endymión”.
Como arrastrado por el mismo destino trágico de los románticos, Shelley murió también cruelmente al año siguiente, el 8 de julio de 1822, al naufragar la embarcación “Ariel” cerca de La Spezia, en Italia, país donde vivió los últimos años de su vida, que no llegó a completar los treinta. Su cuerpo fue devuelto por el mar a la costa y Lord Byron, con quien había compartido andanzas en Italia, lo incineró en una pira en la que vertió sal, aceite e incienso.
La vida de Shelley, como la de casi todos los literatos del Romanticismo, estuvo marcada por una época histórica de convulsa transición entre la sociedad del antiguo régimen, aristocrática e inmóvil, y el mundo contemporáneo, que en aquel momento asoma en medio de movimientos utópicos y revolucionarios. El poeta había nacido el 4 de agosto de 1792 en Field_Place (Condado de Sussex) en el seno de una familia noble y acomodada. Debido a ello recibió una muy esmerada educación primero en Eton y luego en Oxford, de donde fue expulsado por publicar un incendiario panfleto titulado “Necesidad del ateísmo”. Esto ya da bastantes pistas sobre cuáles eran los planteamientos ideológicos de Shelley, que siempre se situará como defensor de un liberalismo extremo, de raíz volteriana y expresado además en una actitud vital tan anarquista como estéticamente aristocrática.
Shelley se casó tempranamente con Harriet Westbrook, con quien tuvo dos hijos. Este matrimonio tan apenas duro un par de años, muy posiblemente debido a los continuos escarceos amorosos del poeta. Shelley parecía precisar una vida cercana a la novela. Poco después de su separación de Harriet (que acabaría suicidándose), escapa a Suiza con Mary Godwin –Mary Shelley- , hija de William Godwin, pensador y escritor inglés que ejerció una notable influencia en él. Después de un breve regreso a Inglaterra, el poeta marcha a Italia, viviendo en diversas ciudades. En una de ellas, Pisa, conoció a Emilia Viviani, a quien está dedicada otra de sus más célebres creaciones, el poema “Epipsychidion”, y seguramente la que mejor expone la visión de Shelley sobre el sentimiento amoroso como una forma de aspirar a la libertad absoluta, aunque ésta al final nunca aparece como posible. Tanto esta concepción del amor, como la de la libertad en cuanto valor personal y social inapelable y básico, así como la constante aspiración de Shelley al Conocimiento y a la Belleza, - representados así, con mayúsculas, y bien apreciables también en la elegía a Keats- se sostienen sobre una formación intelectual enraizada en las fuentes greco-latinas, así como en los empiristas ingleses y los enciclopedistas franceses.
Dejo aquí algunos fragmentos del principio y del final de Adonais, tomados de la traducción de Vicente Gaos, que siempre me ha parecido muy hermosa, publicada hace ya muchos, muchos años en la Colección Austral (1954), y que conservo, completamente amarillas ya las páginas, con la dedicatoria de una querida amiga:
I
Murió Adonais y por su muerte lloro.
Llorad por Adonais, aunque las lágrimas
no deshagan la escarcha que les cubre.
Y tú, su hora fatal, la que, entre todas,
fuiste elegida para nuestro daño,
despierta a tus oscuras compañeras,
muéstrales tu tristeza y di: conmigo
murió Adonais, y en tanto que el futuro
a olvidar al pasado no se atreva,
perdurarán su fama y su destino
como una luz y un eco eternamente.
II
Oh poderosa madre, ¿dónde estabas
cuando él murió, cuando cayó tu hijo
bajo las flechas que lo oscuro cruzan?
¿En dónde estaba la perdida Urania,
cuando él murió?... Con sus velados ojos
permanecía atenta entre los Ecos,
allá en su Edén… De nuevo vida daba
alguien, con suave y amoroso aliento,
a todas las marchitas melodías,
con las que, como flores que se mofan
del sepulto cadáver, adornaba
el futuro volumen de la muerte.
III
Llora por Adonais puesto que ha muerto.
Oh madre melancólica, despierta,
despierta y vela y llora todavía.
Apaga cerca de su ardiente lecho
tus encendidas lágrimas y deja
que tu clamante corazón, lo mismo
que el suyo, guarde un impasible sueño.
El cayó ya en el hueco a donde todo
cuanto hermoso y noble descendiera.
No sueñes, ay, que el amoroso abismo
te lo devuelva al aire de la vida.
Su muda voz la devoró la muerte,
que ahora se ríe al vernos sin consuelo.
LIV
Esa luz que ilumina el Universo
con su sonrisa, esa Belleza siempre
inagotable que circula en todos
los seres, esa Gracia que no extingue
la oscura maldición del nacimiento,
ese Amor perdurable que traspasa
con su luciente o turbio ardor la tela
de la existencia, urdida ciegamente
por hombres, animales, vientos, tierra
y mar –espejos todos del gran fuego
que en un total anhelo los enciende-,
ahora destella sobre mí y consum
de la mortalidad la última niebla.
LV
El poderoso aliento que he invocdo
en este canto, sobre mí desciende.
La barca de mi espíritu es llevada
a gran distancia de la orilla, lejos
del miedoso tropel cuyos navíos
jamás la vela a la tormenta dieron.
Se resquebajan la maciza tierra
y los redondos cielos. Soy raptado
a una temible lejanía oscura…
Mientras el alma de Adonais, que arde
como un astro, a través del postrer velo
del firmamento, brilla y me ilumina
desde la estancia de los Inmortales.
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